Eloy Santos
Sueñan dentro de mí, pero no duermen.
Anidan bajo el cielo de los párpados a la espera de su oportunidad.
Veo sombras de monarcas abatidos, de ángeles y brujas y ermitaños.
Sus edictos hablaron por mi boca: decían
dónde sí,
dónde no,
dónde nunca.
Bio
Eloy Santos nació en Salamanca en 1963. Diplomado en Líteratura Italiana. Ha vivido en Italia durante muchos años, entre Nápoles y Roma, actualmente vive en Madrid. Entre sus publicaciones destacan Nettunaria (2002), Donde nadie dice (2003), Libro de olas (2006), Psique en el érebo de las probetas (2019), La boca del acabose (2022). Fabríca habitualmente collages, objetos delirantes y cajas poéticas que ha expuesto en numerosas muestras individuales y coléctivas en España y en el extranjero.
A LOS ANTEPASADOS
Sueñan dentro de mí, pero no duermen.
Anidan bajo el cielo de los párpados
a la espera de su oportunidad.
Veo sombras de monarcas abatidos,
de ángeles y brujas y ermitaños.
Sus edictos hablaron por mi boca:
decían dónde sí,
dónde no,
dónde nunca.
Su sed fue mi apellido,
y mi saliva
el vino que dio crédito a la fiel compañía.
Vuelven a mí de noche,
me suplican favores de obediencia
y lloran cuando piensan que no estoy.
Piden piedad o me amenazan, rugen
como si aún viviera el yo que fueron
o fuera solo suyo el yo que soy.
Algunos días los escucho aullar,
gemir historia adentro.
Blasfeman en aljibes de memoria,
me maldicen con puños y cadenas.
Temen que los olvide,
que me deshaga al fin de sus oficios
y levante en la luz mi propia casa.
No recuerdan que nos tramó el amor,
uno a uno desnudos en el llanto
de venir, enlazados pero únicos,
ya bendecidos por la antigua mano
que nos fabrica con aliento y polvo
y nos cede al misterio del azar,
la antigua mano,
que acaricia aquí
la lepra de los nuestros
con nuestra propia mano.
FOTOGRAFÍA
Nunca las llamas de una misma hoguera
posarán su reflejo en nuestras frentes.
Nunca podremos preguntarnos cuándo,
cómo nos fue,
si fuimos alguna vez felices,
qué nos quemó por dentro,
en qué pensábamos
al deshojar la edad por las aceras.
No podremos juzgar las semejanzas
que van de voz a voz,
de rostro a rostro.
Acaso eres clavado a un bisabuelo
cuyo retrato no llegó a tus manos,
y algún hijo del hijo de tu hija
que no ha nacido aún repetirá tus trazas,
tu locura o tus ojos.
Nunca nos desearemos buena suerte
mirándonos a la cara,
cada cual prisionero de su rosa de años.
Pero aquí, sentado ante el cuaderno,
los traigo a todos a mi lado
y vamos
a hacernos una foto,
sonriendo de nuevo y sin pedirnos nada.
Elija pues
cada uno su edad y su mejor atuendo,
la mirada del día que estuvo enamorado,
y el oro bizantino del crepúsculo
resplandezca en el fondo de la escena.
Porque no quedará memoria de nosotros
y ni siquiera habrá fotografía.
Solo la infinitud de la familia,
la de antes, la presente y la futura,
en una habitación donde me siento a solas
y habito los fantasmas que me habitan.